No deja de ser sorprendente el cambio experimentado en su estética por el artista coruñés Manuel Suárez que ha pasado de una obra figurativa y colorista, un tanto en la línea de su profesora Marta Pardo de Vera, a una obra rigurosamente abstracta y absolutamente blanca, pero de un blanco sobre blanco lleno de matices debido a los collages, a los espesamientos matéricos en forma de grumosas calcificaciones, a las salpicaduras, rayados, craquelados y otras formas de textura que inquietan las lisas superficies del fondo: ese albo silencio inicial, esa nada inicial donde todo es espera y quietud y las pasiones aún no tienen cabida.
Ahí, en lo profundo de esa claridad, está aguardando la más blanca de las blancas criaturas, María, la gran madre, el oceánico mar, el espíritu de vida en su pureza primigenia; tras ese espíritu puro adimensional y no mensurable, anduvo Malevich cuando formuló el suprematismo o el arte de la no objetualidad, que para él sólo podía realizarse en el marco de la geometría.
No así sucede en esta muestra que M. Suárez titula Blanco María medio tono, pues aunque hay un par de obras: Zwei horizontale Räume y Zwei vertikale leeren en que aparece la geometría y también las únicas en que el blanco aparece opuesto a metálicas y aceradas superficies grises, las restantes ofrecen un espacio abierto y conmocionado por aspectos informalistas , donde el gesto y la mancha, en delicadas gradaciones, así como sutiles veladuras contribuyen a poner notas en el silencio y dulces sombras que hablan de lo innombrable. Acierta la poeta Dores Tembrás, en los versos que le dedica, a interpretar este sentir de nevada estepa sin horizontes, por la que cruzan rastros y huellas desdibujadas, por la que se adivinan líneas de borrados o cubiertos caminos y marcas calcificadas, como cicatrices o como heridas que se han restañado: “… dispós na periferia/ os restos / da dor fosilizada…”
Así es, lo mismo que la niebla, el blanco cubre todas las manchas, lo tapa todo, lo envuelve todo en una dulce y lechosa cortina, lo repara todo. Y si es cierto que la vida es y se gesta con sufrimiento, el amor es el gran sanador, el gran lenitivo, sobre todo cuando nace de la madre, y el amor es María, tiene nombre de María: “Cinco letras / crónica / sublime/ da orixe do mundo”. Resumen estos versos el sentimiento de totalidad que va implícito en este absoluto Blanco María.